Apenas unos minutos de tomar el desvío hacia Iruya, pasando Humahuaca, se pasa un poblado del que lamentablemente no recuerdo el nombre, para ya luego no ver casi asentamientos hasta llegar a toparse con la imponente vista de Iruya. Es un camino bastante transitado, hermoso, impactante. Por momentos con valles abiertos y magníficos, por otros con cornisas que hacen sudar un poco y con un espesor que apenas permite el paso de dos vehículos. Luego de pasar este primer asentamiento, y tras vadear un río seco, me encontré con una realidad que parece ser común en la zona: los niños tratando de detener los vehículos pidiendo útiles escolares, comida o dinero. Fui así que peligrosamente conocí a Brisa, que apareció desde el costado y se colgó de la ventanilla de la camioneta en movimiento. Lo primero que recuerdo que me llamó la atención fue la piel de su cara curtida por el viento y el sol. Luego, la expresividad, entre triste y dichosa de sus ojos. Hablamos unos minutos y tras entrar en confianza le tomé esta foto desde la camioneta. Quería justamente retratar la manera en la que se me acercó. Realmente uno piensa lo lejos que está a veces esta gente de vivir en una mediana comodidad, algo aceptable. No sólo por la pobreza, sino por la inclemencia del lugar, el aire gélido, la altura, la sequedad. Me quedó grabada la carita de Brisa, su voz ya no la recuerdo, pero como tantos niños del norte de nuestro país, es un testimonio de la marginación, de la falta de oportunidades.
Para saber más sobre el flagelo de la pobreza en el Norte Argentino:
http://www.rosarionet.com.ar/rnet/nacionales/notas.vsp?nid=26546
http://www.clarin.com/diario/2000/06/29/p-00401.htm
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